«Radiestesia»

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enero 1, 1970. 

Reflexiona Bauman: “los líquidos ‘fluyen’, ‘se derraman’, ‘se desbordan’, ‘salpican’, ‘se vierten’, ‘se filtran’, ‘gotean’, ‘inundan’, ‘rocían’, ‘chorrean’, ‘manan’, ‘exudan’; a diferencia de los sólidos,
no es posible detenerlos fácilmente – sortean algunos obstáculos, disuelven otros o se filtran a través de ellos, empapándolos.

No obstante, el agua es menos destructora que el fuego ya que tiene la propiedad de la combinación: asimila sustancias, atrae esencias (Bachelard, 1978), se impregna de todo, mezcla todo. Su acción acarrea un efecto de desjerarquización. No se trata de una pérdida total, sino de la integración de elementos, despojado de lo superfluo, en un continente mayor. Se produce una condensación que lleva a que desaparezca la envoltura y persistan los componentes esenciales, sin su cubierta, dispersos o diluidos en el medio que los aloja. Todo está allí está, en el germen.

El agua es un horizonte dinámico, siempre cambiante, capaz de hacernos comprender nuestra pequeñez. En el océano reside el mítico origen de la vida en la Tierra; quizá por ello engendre en nosotros un conjunto tan intrincado de fantasías y fantasmagorías. Nada como las grandes aguas para ver reflejado nuestro paisaje emocional. En su ambivalencia, el mar azuza la imaginación. Si la liquidez es metáfora privilegiada del mundo social contemporáneo, el mar lo es de nuestras emociones: el yo aparece como un compuesto inestable en mutación, en continua fluctuación. El agua no dice quiénes somos pero insinúa que podríamos ser otros.

Estas imágenes son fotografías del lugar más árido del planeta, el desierto de Atacama, Chile. Su origen data de hace unos tres millones de años, siendo en su pasado un lecho marino.
Las imágenes que componen esta serie han sido impresas en papel, sumergidas en agua y fotografiadas de nuevo.
Este proceso ha hecho posible llenar el desierto de agua.