Folio en Blanco
Un folio en blanco es una promesa de nuevos horizontes, de nueva vida, de búsqueda de nuevas formas de expresión. Para el escritor representa en comienzo de algo. Tábula rasa en la que se va imprimiendo vida nueva casi de forma milagrosa. Personajes y lugares, artificiales en primera instancia, van alcanzando realidad a medida que ese folio se llena de palabras, de nuevos significados.
Cada folio en blanco nos brinda la oportunidad de aprenderlo todo de nuevo. De mirar el mundo desde la perspectiva de los amaneceres en lugar de hacerlo desde la del ocaso.
Todo cambio lleva implícito un comienzo. Empezar de nuevo no es empezar de cero. Se empieza de nuevo, sí, pero sobre la base de todo lo que había sido escrito previamente. Hay veces en las que nada de lo que estaba escrito te sirve. O acaso sólo un «Erase una vez un tímido joven nacido en Córdoba en el verano del 76….» O ni siquiera algo tan fácil como:
«Hola, buenos días, ¿cómo estás?» En esos casos ponémos entre paréntesis, jugamos a obviar parte de la historia, aligeramos el peso. Y funciona. Ahora debo re-aprenderlo todo: el lenguaje, los espacios, el clima, muchas cosas. Si a este arduo aprendizaje le sumamos el nacimiento de mi primera hija el texto se vuelve más complejo, más extraño y, a mi modo de ver, mucho más rico.
Pasar de una rutina diaria de trabajo teatral, de cervezas nocturnas, de largas charlas éticas y políticas con los amigos de toda la vida, a una soledad semi-impuesta por el idioma, la distancia y la timidez, y responsable de una criatura que en todo momento depende de ti, no es fácil en modo alguno. De repente, uno se encuentra atrapado entre las paredes de su casa reajustando su vida, su manera de hablar y de actuar. Un folio completamente en blanco, donde las frases previas no son suficientes, donde hay que inventarse un mundo que encaje en este mundo que se despliega ahora frente a ti, para así poder escribir la siguiente frase. Y seguir la historia.
¿Y qué queda? Acaso todo, todo ese trozo de papel por escribir con mucha paciencia y tiempo para dedicarle. Con disciplina literaria total: sentarse, mirar el papel, abrirse a lo inaudito, hacer propios los sentimientos de los nuevos personajes, comprenderlos, cohabitar, compartir. Día tras día. No sirve sentarse media hora hoy y dos horas dentro de tres días. Hace falta esfuerzo y mucho trabajo.
Mi folio, al menos, tiene un título bien grande, en mayúsculas y con negrita: LILITH.